Gloria Villanueva
La luz ambarina diseñaba en el horizonte un plácido amanecer donde la brisa emanaba un exquisito aroma a rocío. La primavera brotaba, y la candidez de la mañana hacía brillar pequeñas florecillas en los laterales del camino. Huellas indelebles de aquel panorama eran las amapolas. Rojas, vivas y relucientes. Regalo de la naturaleza. Hermosas, únicas y reveladoras. Todas sus alegorías otorgan protagonismo hacia la memoria que transmiten; sin embargo su quebranto guarda silencio. Trasiego nos traen, recuerdos nos llevan. Susurros con nombres propios permanecen aún a la espera.